Un humedal conservado es un certificado de vida
La supervivencia del hombre en la Tierra depende, en buena parte, de la conservación de los cuerpos de agua. En Venezuela, la Laguna de Tacarigua es uno de esos humedales sin los cuales el ecosistema global dejaría de ser amable para los humanos. Es la primera zona Ramsar declarada en Venezuela y la segunda de América Latina y amparada por un decreto de Parque Nacional se la protege también como Hábitat de Aves Acuáticas.
Sus 39.100 hectáreas incluyen una laguna costera, bosques de mangle, bosques secos y una extensa área marina, refiere Alejandro Luy, de la ONG Fundación Tierra Viva, que promueve programas de desarrollo sustentable.
Además de ser principal área para la conservación del caimán de la costa -especie en extinción-, sus aguas reciben para desovar a cuatro tortugas marinas (verde, carey, caguama y cardón) de las cinco especies registradas en el país.
Es hábitat de pájaros multicolores, que a las 5 pm se posan en los manglares de la conocida Isla de las Aves.
Los monos araguato y capuchino; el cunaguaro y el zorro cangrejero, especie muy parecida al mapache, también comparten el humedal. Se reporta, incluso, la presencia de venado matacán y el perro zorro, mamífero muy raro y poco estudiado en nuestro país, según refieren voceros de Inparques.
La riqueza de su flora se expresa con cuatro especies de mangle: negro, que ayuda a mantener la salinidad del agua; el rojo, que abunda; seguido por el blanco y el botoncillo.
Ojo avizor. Este paraíso terrenal corre peligro si los problemas ambientales externos al parque continúan afectando al ecosistema, refiere Evelyn Pallotta, directora de Ambiente Miranda.
Por ejemplo, el proceso natural de sedimentación se ha acelerado por la erosión y deforestación de los bosques en las cabeceras de sus afluentes. En 1963 se construyó el canal Madre Casañas, que hizo desembocar al río Guapo en la laguna, con todos sus sedimentos. El deslave de diciembre de 1999 le dejó grandes cargas de lodos. La vaguada de diciembre pasado también la afectó: desde entonces el lebranche, principal fuente de sustento local, "se espantó", según refiere el pescador Edgard Díaz.
No tiene una explicación científica, pero para él está claro el impacto sobre la laguna.
Algo de razón le confiere Alejandro Luy, de Tierra Viva, al indicar que el ciclo del cierre natural de la boca que une al mar con la Laguna de Tacarigua se altera con estos fenómenos. Si la boca se cierra, aumenta la salinidad de la laguna e impacta al ecosistema.
La inexistencia de plantas de tratamiento que garanticen que el vertido de aguas residuales no dañe el frágil equilibrio del humedal es otro problema, advierte Luy.
Entre las medidas que sí funcionan está el control de embarcaciones. No deben ser de quilla profunda, eslora de 18 pies y motor fuera de borda de bajo caballaje. La velocidad máxima de navegación es de 12 nudos. En canales estrechos y poco profundos deben apagar el motor e impulsarse con palos del fondo lodoso, según normas de Inparques.
Entre lo que está permitido, por considerarse de poco impacto ecológico, están la pesca deportiva, excursiones, actividades de playa, observación de la naturaleza, velerismo menor, remo, acampada y picnic.
Los humedales son tierras que se inundan de forma permanente o intermitente y Venezuela es rica en estos ecosistemas. Las otras regiones criollas que reciben calificación Ramsar (llamadas así por ciudad Iraní donde se acordó proteger los humedales del mundo en 1971) son el Archipiélago Los Roques, Ciénaga Los Olivitos (Zul); Refugio de Fauna Silvestre Cuare (Fal) y Laguna de la Restinga (Nueva Esparta). (Información suministrada por últimas noticias)
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