Durante los últimos 60 años el mundo midió su riqueza con una fórmula equivocada. Naciones Unidas presentó un índice que incluye el capital productivo, pero también el natural y humano. Colombia es uno de los seis países a los que no les va muy bien.
Desde el próximo miércoles, y hasta el viernes, se darán cita en Río de Janeiro jefes de Estado, ONG y grupos sociales para definir las vías hacia un futuro sostenible.
Pero recorrer los pasillos del Riocentro y escuchar a economistas hablando de reinventar la economía, a mineros como el sudafricano Nick Holland de extraer minerales sólo si la operación es segura para el medio ambiente y la salud de una población, y al director del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, Achim Steiner, diciendo que los mercados deben ser gobernados por la sociedad, hace pensar que el idioma más allá de sus diferencias fonéticas comienza a ser el mismo: el crecimiento económico no puede ser ajeno al cuidado del medio ambiente.
Ayer el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente presentó el tan prometido Inclusive Wealth Index (‘Índice de Riqueza Integral’), una nueva medida con la que se busca dejar atrás al estrecho y torpe Producto Interno Bruto (PIB), que desde la Segunda Guerra Mundial ha sido la obsesión de gobiernos y banqueros para medir la riqueza de un país.
El primero en reconocer que el PIB era una medida incompleta de la riqueza fue uno de sus creadores. Richard Stone —quien concibió este indicador junto a James Meade y con el apoyo de J. M. Keynes— aseguró en 1984 que su labor se había centrado mayormente en la contabilidad económica y que no había podido dedicar mucho tiempo a su equivalente ambiental.
En este primer reporte del Inclusive Wealth Index, que se renovará cada dos años, se evaluaron 20 países en un período de 19 años, desde 1990 a 2008. Colombia fue uno de los elegidos para la medición, que poco a poco se ampliará a otras naciones. Estos representan el 58% de la población mundial y el 72% del PIB del planeta.
De las 20 naciones, sólo Rusia presentó un resultado negativo. Pero lo que parece una buena noticia, según Pablo Muñoz, coordinador académico de la iniciativa, cambia cuando se recalcula la riqueza por persona. En ese caso, otros cinco países, entre ellos Colombia y Venezuela, aparecen entre los de crecimiento negativo.
Colombia es un buen ejemplo de la cara oculta de la riqueza medida a través del Producto Interno Bruto. Mientras este indicador creció 35% entre 1990 y 2008, el capital natural disminuyo 31%. Si bien el capital humano aumentó 29%, el índice señala que el país no tiene un modelo de desarrollo “sostenible”.
Pablo Muñoz utiliza un sencillo ejemplo para explicar este índice. “Es como tener una cuenta en el banco que le da intereses. Si al final del mes ve que su cuenta ha bajado, significa que ha consumido demasiado. Si quiere transferir el mismo capital a sus hijos, tiene que entrar en un juego de decisiones, como consumir menos o invertir más”.
El informe también señala, en el caso colombiano, que la pérdida de capital natural ha sido exacerbada por el rápido crecimiento de la población, lo cual se traduce en una tasa de retorno económico por persona mucho más lenta. Considerando que la población está creciendo más rápido que los recursos naturales, parece un asunto urgente que Colombia considere mejor su tasa de crecimiento poblacional y reinvierta en su capital natural, para que de ese modo logre aumentar su índice y retornar a un camino de desarrollo sustentable.
Desde ese punto de vista se supone que Colombia no está pensando en dejar a las próximas generaciones un capital natural igual o superior al que recibió de anteriores generaciones.
No es el único en esta situación. Prácticamente todos los países evaluados, salvo Japón, asentaron su crecimiento de capital humano y capital productivo sobre el consumo de recursos naturales. La diferencia con Colombia es que los demás gastaron parte de su capital natural, pero con un impacto mayor en las otras dos canastas. Japón es un caso excepcional que se está analizando, pues ha logrado aumentar su capital natural invirtiendo recursos en la reforestación de sus bosques sin perder poder económico.
Camilla Toulmin, del International Institute for Environment and Development, cree que poner finalmente un precio a la naturaleza nos llevará a tomar mejores decisiones económicas. En el mismo sentido se pronunció Achim Steiner, del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente: “La economía verde es el gobierno de la sociedad sobre los mercados con principios de sostenibilidad”.
Pavan Sukhdev, autor del libro Corporaciones 2020, en el que traza los principios que deben guiar la transformación de las empresas en un mundo con recursos limitados, le explicó a El Espectador que el turno ahora es para los equipos de contabilidad de las industrias, que deben aprender a medir las externalidades negativas y positivas de sus compañías. Esto es, saber cuánto contaminan, cuántos recursos renovables y no renovables consumen, cuánto capital humano producen, y reinventar su forma de llevar la contabilidad. La mejor empresa no es la que más produce. Esa es una obsoleta fórmula de medir el éxito en tiempos de escasez y sobrepoblación.
Fuente:
Pablo Correa, Río de Janeiro / pcorrea@elespectador.com | Elespectador.com
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